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Tylor

Alias El lento; El perseverante; El implacable
Edad 22 años.
Sexo Masculino.
Altura 1,85 mt.
Peso 80 Kg.
Pelo Rubio
Ojos Marrones claros.
Habilidades y capacidades Por su formación hoplitana está instruido en el arte de la violencia. Puede usar casi cualquier objeto para matar, mutilar o destrozar hombres (u otros seres). A pesar de su formación hacia la lucha es un ávido lector (en un mundo donde apenas existe la escritura). Su cuerpo y su mente han sido entrenados para resistir esfuerzos inhumanos.
Ocupación Mercenario, aventurero.
Familia Tribu Hoplitana; Goran (padre fallecido); Sy-Thané (madre)
Conexiones Dakk Thorn; Vairanad Bëren; Lubb; Randahr; Korbeinn; Kaldar
Personaje de Sword & Sorcery

Orígenes y primeros años[]

Tylor es un joven que apenas pasa los veinte ciclos solares, es alto y de complexión fibrosa. El sol ha tostado su piel, los ojos son del color de las avellanas y sus cabellos cortos (al estilo Hoplitano, es decir, lo suficientemente cortos como para garantizar visibilidad y que un contrincante no pueda asirlo de ellos) son de un dorado opaco. Según le contaron una vez, es hijo del difunto “Padre Goran”, y su madre se llama Sy-Thané. Como todos los niños de su tribu comenzó el entrenamiento a corta edad. Este consistía en: largas marchas al lado de la caravana, tirar algunos carros con provisiones o herramientas con las manos y el cuerpo desnudos expuestos a todas las inclemencias climáticas o ambientales habidas y por haber (frío y calor intenso, viento, lluvia, barro, arena, rocas, ríos, etc.). Durante los primeros años se le enseñó el arte del combate rudimentario (cuchillo, palos y pugilismo), después de los doce se le enseñó a usar casi cualquier tipo de arma (de corta y larga distancia). Uno de sus instructores, Sigt, siempre decía: “no hay nada en este mundo que no pueda ser vencido por un hoplitano. Sólo es cuestión de saber dónde apuntar y con qué”.

También tenía complicadas jornadas de cacería: a él le correspondería comer la décima parte de las piezas que obtuviera. Y si no cazaba nada, entonces su ración de alimento le sería prohibida. Todo esto atemperaba el espíritu del guerrero, forjaba el carácter, la disciplina y el perfil de un buen hoplitano.

Al disciplinamiento físico se le complementaba con la formación mental. Resistir con el cuerpo era sólo la mitad del trayecto. Los heraldos les enseñaban las reglas del buen guerrero, los principios de la vida hoplitana y algo que le cambió la vida al pequeño Tylor: la lectura y la escritura.

Uno de sus instructores se llamaba Barjir, era un extranjero que se había unido a ellos desde hacía mucho tiempo. Consigo trajo el conocimiento de muchas lenguas y un pesado arcón con papiros y textos escritos que contaban cosas fabulosas de lugares que parecían de ensueño. También se mencionaban héroes de leyenda, criaturas monstruosas y malignas, y mujeres amorosas. Leer le enseñó a Tylor que había otro mundo por delante, otras formas de pensar y especialmente una vida diferente a la que llevaba.

A medida que pasaban los años, sus maestros lo apodaron “el lento”: con respecto a otros niños y niñas, se mostraba muy dubitativo a la hora del reaccionar frente al peligro. Muchas veces se quedaba sin comer porque no era capaz de cazar nada y en los combates de entrenamiento siempre terminaba mordiendo el polvo. Estaba al borde de la exclusión social cuando una chispa iluminó su vida: las gestas de Kajam. Un héroe legendario del desaparecido continente de Urda, un guerrero excepcional que luchó para defender a los débiles y desprotegidos, un ser de gallarda valentía y bondad que tenía igual éxito en el campo de batalla como en los lechos femeninos. Un hombre justo, sabio y aventurero cuya fortuna lo llevó a ser vencido por Whirum, el señor de la oscuridad quien lo encerró entro de una prisión de hierro negro impenetrable. El resto de la historia se encontraba incompleta.

Para Tylor, Kajam representaba lo que él quería ser: un aventurero audaz, un guerrero formidable pero al mismo tiempo un alma sensible y bondadosa. Quería ser mimado y acariciado por gráciles manos femeninas, comer en festines y emborracharse de vez en cuando. Pero algo le preocupaba aún más: saber qué había pasado con Kajam (secretamente abrigaba en su corazón la esperanza de rescatarlo o al menos extender su legado). Cuando una vez, disimuladamente le preguntó a Barjir de dónde había sacado la historia de Kajam, éste le dijo que le daría las respuestas si mejoraba su desempeño como hoplitano. Tylor le tomó la palabra y se esforzó al máximo para convertirse en todo lo que sus maestros esperaban de él. Tuvieron que cambiarle el apodo a “el perseverante” y fue un ejemplo para los más jóvenes.

Finalmente, cuando llegó el día de su adultez, demandó a Barjir la verdad de Kajam. El heraldo le sonrió y le dijo que Kajam era una leyenda, un invento, era una historia que le habían contado cuando él era niño y que la había hallado escrita cuando fue adulto. La dejó en su arcón a sabiendas de que Tylor la leería. Las gestas de Kajam fueron un burdo engaño para que el “lento” se transformara en el “perseverante”. Para que creciera y se adaptara al mundo que le había tocado vivir. El muchacho sintió tremenda indignación por la mentira de la cual había sido víctima y no volvió a dirigirle la palabra a su maestro por una luna. Cuado lo hizo, era porque ya tenía una determinación tomada: se marcharía. Barjir le preguntó el por qué y el “perseverante” le respondió: “Porque Kajam me enseñó que siempre se puede ser mejor y los hoplitanos me mostraron que a los lastres hay que dejarlos atrás. Los hoplitanos son mi lastre. Debo dejarlos atrás, ya se saben cuidar solos.”

Barjir se rió con fuerza, cosa poco común, le deseó mucha suerte y antes de partir le dijo que el hombre que le había contado la historia de Kajam, era un guerrero sabio y benevolente llamado Vairanad. Éste último era residente de una populosa ciudad llamada Trelmondian. Quizás allí supieran como terminaba la leyenda de Kajam.

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